domingo, 24 de noviembre de 2013

La Sangre y Sus Fantasmas


La historia de Andrea, interpretada con encanto por Sofía Sylwin, y la relación que se plantea ficticia y real con Santiago es la muestra de cómo hoy los jóvenes han malinterpretado las formas afectivas, donde el abuso es una constante permitido ante el miedo a estar solo o no cumplir con ciertos estándares sociales para permanecer a un grupo específico.

Una situación inesperada, no planeada, un verdadero problema en el que ella se siente confundida, aterrada, desesperada y en lugar de hablar o acudir a algún adulto se esconde en un mundo irreal.
“Para dejar a las niñas atrás”, expresa en otro momento la adorable Fernanda, otra de las protagonistas de esta historia, una adolescente práctica y un tanto descarada que aunque a primera vista parece más madura que Andrea, pronto deja claro que lo suyo no es precisamente ser la brillante del grupo. 

Por su parte, Emilio es un chico que gusta de leer, sabe quien es Carlos Marx, Carlota de Habsburgo y Bram Stoker, un púber de una naturaleza sensible cuyos gustos y comportamiento lo hacen blanco de los abusos de Santiago y Diego, quienes se refieren a él como alguien “muy raro”. 

Emilio es, la contraparte en La sangre y sus fantasmas, quien le imprime razón y ternura a los acontecimientos, mientras que Diego y Santiago personifican la confusión, violencia, intolerancia, egoísmo y miedo a aceptarse tal y como son.


Las actuaciones de estos cinco talentosos jóvenes y la diestra dirección de Rodolfo Guerrero logran una empatía con todo el público asistente, desde el inicio hasta el final de la trama, las expresiones y comentarios hacen que los más jóvenes rían y se sientan cómplices y acepten lo que sucede en el escenario como algo cotidiano y normal. Se trata de un trabajo de gran compromiso, entrega, calidad histriónica y valor emotivo, es teatro para llevar a casa, sacudirnos y repensar.

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